Un algoritmo como jefe de construcción: el curioso (y automatizado) proceso de diseño del interior del Elbphilharmonie

Los auditorios modernos no gozan de la historia de los más históricos, pero sí de las ventajas que va suponiendo la tecnología para la arquitectura y la construcción. Muestra de ello es el Elbphilharmonie, cuya joya de la corona es un auditorio que, por así decirlo, fue "construido por algoritmos".

Evidentemente esto no es literal y no significa que un software de haya puesto cascos y guantes para armar hormigón y demás, pero es algo bastante curioso como recurso para lograr la mejor acústica. Se trata de un edificio ubicado en Hamburgo y, aunque es el más alto de la ciudad, su punto fuerte son 10.000 paneles acústicos de fibra de yeso diseñados digitalmente, cada uno siendo único.

Forrarlo de paneles, pero que no deje de ser bonito
La sala Elbphilharmonie es una enorme construcción, tanto como para albergar a 2.100 personas. Costó siete años más de lo previsto acabarla y un montante que igualmente superó lo calculado: 843 millones de dólares (unas 10 veces más de lo que se había presupuestado).

Elbphilharmonie es fruto del trabajo de los arquitectos Jacques Herzog y Pierre de Meuron, en cuyo currículum se hallan ni más ni menos que el Tate Modern de Londres o el estadio olímpico de Pekín (entre otras obras). Pero en esta ocasión recurrieron a terceros que serían clave para innovación que comentábamos, y a groso modo para que la sonoridad de la sala cumpliese las altas expectativas, y fue cuando el toque tecnológico remató el proyecto.

Uno de ellos fue el ingeniero acústico japonés Yasuhisa Toyota, que se encargó de crear el mapa de sonido óptimo para el auditorio. Fue quien tuvo la idea de revestir el auditorio con los paneles que como ahora veremos son los protagonistas del mismo, a partir de la geometría de la estancia.

Pero eso sí, la idea era que el acabado de los paneles acústicos fuese el adecuado para dar el mejor resultado en cuanto al sonido, pero que no se descuidase la estética. Y no era algo fácil cuando en algunas zonas el acabado requería rugosidad y mayor profundidad, y el aspecto debía ser todo lo contrario: suave, minimalista, agradable, sencillo y seguro para los asistentes.

Cuando un algoritmo toma el timón
Y en este punto es cuando entra Benjamin Koren, fundador de One to one (el estudio que trabajó con los arquitectos en el diseño de los paneles) y encargado de desarrollar el algoritmo con el que se diseñarían los 10.000 paneles acústicos, cada uno con su forma y patrón únicos. Según sus propias palabras (recogidas en Wired), él tuvo el 100% del control a la hora de crearlo, pero dejaba de tenerlo en cuanto el mismo tomaba las riendas del diseño.

De este modo, el revestimiento del auditorio principal se calculó con sistemas informáticos y este algoritmo que determinaba la forma de cada uno de estos paneles. Con esta técnica, llamada diseño paramétrico, se compensaban todos los requisitos y así se calcularon todos los elementos de este singular espacio, fabricándose además con impresoras 3D.

A este tejido, a modo de piel artificial tecnificada, le llamaron White Skin, componiéndose como decíamos en la introducción de fibra de yeso. Curiosamente, también se usó para este epitelio tan particular papel reciclado.